Fue un antes y un después en la historia del mundo y de cada individuo. El momento en marzo de 2020 en el que las autoridades de salud dijeron que había que aislarse para prevenir la diseminación de un virus por entonces desconocido, que empezaba a recorrer el mundo, infectando sin solicitar visas.
Empezaba una pandemia que cambiaría las reglas del juego sociales y científicas. Mucho se ha hablado y escrito desde entonces, sobre las normas, los peligros, la vida y la muerte, y especialmente sobre el hallazgo de vacunas para prevenir el coronavirus que causa la infección a la que se bautizó como COVID‑19. Un logro de inmunización histórico: se desarrollaron dosis efectivas
en menos de un año.
Las sociedades aprendieron mucho de sí mismas, de sus capacidades sanitarias, de su tolerancia, de la fortaleza del apoyo comunitario pero también de las
divisiones que puede generar un peligro inminente de salud.
La mayoría de las entidades de salud pública, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), dejaron de contabilizar las muertes por COVID hacia 2023: hasta ese momento sumaban
más de 7 millones. Según el centro de coronavirus de la
Universidad Johns Hopkins, que también detuvo el monitor para esa época, hubo 676 millones de casos a nivel mundial, y ya se habían administrado 13.338 millones de dosis de vacunas contra el coronavirus.
La propagación del coronavirus se logró controlar y hoy en día forma parte del calendario de virus que circulan por las comunidades de manera constante pero debilitada. Las vacunas administradas como las de la gripe, cada determinado período de tiempo, logran una protección contra la infección o contra su forma grave. En palabras simples: tener COVID ya no siempre significa una visita obligada al hospital.
Por supuesto, las personas vulnerables, los más chiquitos, los más viejitos, los que tienen sistemas inmunes débiles, deben protegerse más.
A cinco años, hay lecciones aprendidas sobre la capacidad científica y social de generar respuestas, dos muy simples: la eficacia de usar una mascarilla y de lavarse las manos con frecuencia, por el bien propio y para proteger a los seres qqueridos, a la comunidad. Pero también hay misterios, preguntas que la ciencia todavía trata de develar. Algunos de ellos:
¿Qué es el COVID persistente? ¿Por qué algunas personas no logran librarse de los síntomas?
Los científicos todavía tratan de determinar el mecanismo detrás del COVID persistente (long COVID en inglés). Un estudio publicado en diciembre reveló que
el 8,4% de las personas que desarrollan COVID, tiene una infección persistente, con síntomas que perduran en el tiempo, que no solo afectan la salud sino también la calidad de vida.
Los
síntomas del COVID persistente pueden durar semanas, meses o incluso años e incluir, entre otros, fiebre, fatiga, tos, dolor de pecho, dolor de cabeza, dificultad para concentrarse, problemas de sueño, dolor de estómago y dolor articular o muscular.
Hay decenas de investigaciones en curso sobre el tema. Lo que se sabe es que las inequidades de salud son un factor de peso a la hora de tener más riesgo de padecer esta forma prolongada de COVID.
Los científicos también buscan respuestas genéticas a éste y otros interrogantes, uno de ellos, por qué algunas personas nunca se infectaron, a pesar de haber estado expuestas.
¿Cuál es el verdadero origen del coronavirus?
Tal vez nunca lo sabremos. Las teorías conspirativas, largamente desterradas, dijeron que el coronavirus había sido creado en un laboratorio de la ciudad de Wuhan, en China, la zona cero de la pandemia, en donde se registraron los primeros casos.
Examinar el origen de un virus es importante no solo para satisfacer la curiosidad, sino para generar medidas preventivas eficaces, barreras para que el virus no circule entre las poblaciones humanas.
En el caso del coronavirus, es una investigación en curso: fue un murciélago, alimentos contaminados de mercados callejeros, mapaches, son todas hipótesis. Los científicos dicen que, aunque no se ha encontrado al “responsable”, la explicación de la zoonosis es la más cercana a la realidad.
La zoonosis ocurre cuando un virus que circula entre animales “salta” a los seres humanos. Un temible y conocido ejemplo, el del Ebola, que pasó de monos a humanos, vía cazadores furtivos y manipuladores de carne simia.
Y, luego, la pregunta del millón.
¿Estamos preparados para una próxima pandemia?
Especialmente por el avance de la gripe aviar, ya se han registrado casos humanos aislados, esa pregunta se ha reavivado. El precedente de haber producido vacunas en tiempo récord es tranquilizador, el mecanismo de cooperación funcionó en el momento de la pandemia de COVID. Pero hoy en día el mundo vive escenarios distintos. Por eso,
aunque hay avances que dicen que sí, otras realidades indican que no tanto.
Se puede decir que, por ahora, se trata de una pregunta con respuesta abierta.
Fuentes consultadas: Organización Mundial de la Salud, Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EE.UU., Johns Hopkins University, Harvard Health, informe de Boston University, estudios científicos.