Evidencia científica sugiere que la vacunación contra el
shingles o herpes zóster puede aportar un beneficio inesperado: podría
reducir el riesgo de desarrollar el deterioro cognitivo vinculado al Alzheimer y a otras formas de demencia, e incluso ralentizar el progreso de estas afecciones.
El herpes zóster, conocido popularmente como culebrilla en algunas regiones, es una afección causada por el virus de la varicela‑zóster, el mismo que provoca la varicela común. Este virus puede permanecer en el cuerpo por largo tiempo de manera latente. Si el VZV se “despierta” y reactiva, puede causar unas dolorosas erupciones cutáneas, con dolores secundarios residuales que pueden perdurar por años.
Para prevenir esto, la vacunación contra el herpes zóster se recomienda para personas de más de 50 años, el grupo de población que puede haber estado expuesto al virus y aún tenerlo al acecho en sus cuerpos.
Este virus, que al reactivarse causa el herpes zóster, se "esconde" en el tejido nervioso durante décadas después de una infección inicial de varicela. Esta “presencia” puede impactar en nervios periféricos y generar inflamación. Y es justamente el estado de neuroinflamación el que ha sido reconocido como un factor de riesgo de demencia.
La hipótesis en la que se basan un corpus de estudios de los últimos tres años es que la acción del VZV a nivel de los tejidos podría aumentar el riesgo de demencia y que, por ende, la vacunación podría contrarrestar este riesgo adicional.
Algunos estudios no hallaron una asociación estadísticamente significativa entre el herpes zóster y el riesgo de desarrollar demencia, pero otros sí. Lo que sí pudo determinar
una investigación de 2024 es que pesar de la falta de un claro riesgo añadido de demencia entre las personas con herpes zóster, las vacunas contra el herpes zóster pueden conferir cierta protección cognitiva. El metanálisis concluyó que la vacunación contra el herpes zóster estaba asociada a un riesgo modestamente reducido de deterioro cognitivo.
Sin embargo, otro trabajo comprobó que recibir la vacuna recombinante contra el herpes zóster (en comparación con la versión de virus vivo menos potente) se correlacionó con un período libre de demencia
un 17% más largo durante un seguimiento de seis años.
Las vacunas están diseñadas para proteger contra infecciones específicas, pero algunas investigaciones sugieren que pueden tener
efectos no específicos inesperados que mejoran la capacidad del sistema inmunológico para combatir otras enfermedades.
Estos efectos combinados ayudan a explicar por qué las personas vacunadas pueden experimentar una mayor resistencia a las infecciones más allá de aquellas contra las que la vacuna fue diseñada inicialmente para proteger. Un sistema inmunológico más robusto puede prevenir el deterioro cognitivo al reducir la inflamación (un sistema inmunológico entrenado puede neutralizar una amenaza más rápidamente, reduciendo la cantidad de tiempo que ocurre el proceso inflamatorio). La hipótesis de que esto podría prevenir el deterioro cognitivo y ralentizar el avance de la demencia se vuelve más plausible al pensar en enfermedades con tropismo neural (es decir, una propensión a atacar el sistema nervioso), exactamente lo que hace el herpes zóster.
Pero el valor de las vacunas, en general de todas las vacunas en la adultez no solo la del herpes zóster como reductoras indirectas del riesgo de demencia es reconocido. La lógica es simple: más vacunas, menos enfermedad, menos peligro de inflamación y, por ende, menos riesgo de Alzheimer.
Un trabajo que analizó el
factor protector de las vacunas para adultos contra la demencia mostró datos claros: de los 17 estudios analizados, con un total de 1.857.134 participantes, los resultados generales agrupados mostraron que las vacunas se asociaron con un riesgo de demencia 35% menor.
Demencia, la crisis de una población que envejece
La demencia, y su forma más común, el Alzheimer, es la
pérdida progresiva de las funciones cognitivas como el pensamiento, la memoria y el razonamiento, al punto que interfiere en la vida y las actividades diarias de la persona. Aunque se sabe que llevar una vida sana puede reducir los factores de riesgo de demencia, todavía es un misterio para la ciencia qué la origina realmente.
Afecta a millones y es más común a medida que las personas envejecen (cerca de un tercio de todas las personas de 85 años o más pueden tener alguna forma de demencia), pero no es una parte normal del envejecimiento. Muchos viven hasta los 90 años o más sin ningún signo de demencia.
A pesar del número de personas que viven con demencia, el origen o las causas de este trastorno degenerativo han sido esquivas para la ciencia. Se sabe, por ejemplo, que hay ciertas proteínas, como
la proteína Tau, que impactan en el avance de la enfermedad.
Promover que los adultos, y en especial los adultos mayores, reciban sus vacunas parece seguir siendo la estrategia de salud clave para prevenir distintas afecciones, incluida la demencia.
Esta historia se produjo utilizando contenido de estudios o informes originales, y de otras investigaciones médicas y fuentes de salud, y salud pública, destacadas en enlaces relacionados a lo largo del artículo.