Se estima que el riesgo de problemas cardíacos graves es al menos
30% mayor en quienes ya tuvieron un infarto, y puede mantenerse elevado de por vida si no se aplican estrategias efectivas de prevención secundaria.
Esto se debe a que el corazón queda más vulnerable: las arterias ya mostraron signos de enfermedad, y pueden seguir acumulando placa si no se adoptan cambios sostenidos en el estilo de vida y el tratamiento médico.
Estudios como el
EUROASPIRE V (2019) revelan que, pese a la disponibilidad de tratamientos eficaces, una gran proporción de pacientes no logra controlar adecuadamente sus factores de riesgo. Las razones son múltiples: desde la falta de adherencia a la medicación y barreras estructurales como el acceso desigual a la rehabilitación o al seguimiento cardiológico, hasta sedentarismo o alimentación inadecuada.
La buena noticia es que muchas de estas amenazas pueden reducirse. Estas son algunas acciones clave que ayudan a prevenir nuevos eventos:
Seguir el tratamiento farmacológico sin interrupciones
Medicamentos como antiplaquetarios, estatinas, betabloqueantes y otros fármacos protectores del corazón son fundamentales después de un infarto. Según el perfil de cada paciente, el cardiólogo puede sumar terapias nuevas, como los inhibidores de PCSK9 (para el colesterol) o los del SGLT2 (si hay diabetes o insuficiencia cardíaca). Lo importante es tomarlos tal como lo indique el médico y nunca suspenderlos sin indicación profesional.
Controlar los factores de riesgo cardiovascular
Presión arterial elevada, colesterol alto y glucemia fuera de rango son amenazas silenciosas pero serias. Incluso en personas sin diabetes diagnosticada, la hiperglucemia puede incrementar el riesgo cardiovascular.
Por eso, además de la medicación, es esencial realizar cambios en el estilo de vida para mantener estos niveles saludables: incorporar una alimentación equilibrada, dejar de fumar y evitar el sedentarismo.
Participar en programas de rehabilitación cardíaca
Está demostrado que participar en este tipo de actividades, que incluye ejercicio supervisado, educación, control emocional y hábitos saludables,
reduce significativamente el riesgo de nuevos eventos cardiovasculares tras un infarto.
Hacer actividad física adaptada
Moverse todos los días mejora la función cardíaca y reduce la inflamación vascular. Caminar, nadar o pedalear son actividades beneficiosas, pero deben adaptarse al estado de cada persona. La prescripción de ejercicio debe ser progresiva y supervisada por un equipo de salud.
Atender la salud mental
Tras un infarto, no es raro sentir ansiedad, depresión o miedo. Estas emociones pueden afectar la recuperación y la adherencia a los tratamientos. Identificarlas y pedir ayuda profesional no solo mejora la calidad de vida, sino que también reduce el riesgo de recurrencias.
Usar herramientas digitales para el seguimiento
Existen aplicaciones que ayudan a recordar la medicación, monitorear la presión arterial, registrar la actividad física o comunicarse con el equipo médico.
Prevenir nuevos eventos cardiovasculares no depende solo de una medicación: requiere un enfoque integral, sostenido y adaptado a cada persona. La prevención secundaria es una inversión en años y calidad de vida.
Recuerda: Si tuviste un infarto, cada acción que tomes para proteger a tu corazón cuenta.
Este artículo fue producido por Tomás Vicente, periodista especializado en Salud.
Fuentes consultadas: Asociación Estadounidense del Corazón, estudios científicos.